Cuando de pequeña leía alguna reseña
sobre las diez plagas de Egipto, tal y como se recogen en el Antiguo Testamento,
mi mente infantil, siempre tan indagadora, tan empecinada en esclarecer aquellos
interrogantes a veces algo difíciles de responder por parte de los sufridos
mayores, ya descartaba que fueran castigos procedentes de un Dios vengativo,
cruel y exterminador. Pues tal era la imagen que me acercaban aquellos pasajes
apocalípticos, reflejo de la mentalidad de una época inhóspita y lejana, remota.
A los años comprendí que la Biblia no es un tratado de Historia, aunque recoja
algunos hechos históricos; por lo tanto, es inadecuado considerarla como tal.
Hoy en día, que vivimos en una sociedad
de mentalidad más abierta, podemos observar grandes paralelismos entre aquellas
plagas, presuntamente provocadas por la “ira de Dios”, y las catástrofes
naturales que por entonces acontecían en aquel país. Resulta obvio que los
fenómenos ordinarios de aquella época eran conocidos por los egipcios y no
hubieran causado tan honda impresión, ni en el faraón ni en su corte, como para
plasmarlos para la posteridad. Por eso entonces todo lo que se escapaba a la
normalidad era considerado como castigo divino. Misterio resuelto.
Con esta introducción, lejos de desear
entrar en interminables disquisiciones teológicas, no pretendo ir más allá que
forzar un simple símil entre el estupor y el desconcierto que debieron causar las
famosas plagas, y la degeneración en la que ha derivado nuestra sociedad actual,
tan pródiga en desarrollo, tan a la vanguardia en algunos sectores, como débil
en cuanto a ética se refiere.
Porque a día de hoy todo el mundo habla
de crisis. Continuamente nos bombardean con noticias sobre crisis económicas,
financieras, políticas, ecológicas, de valores… Pero el ser humano parece olvidar
o desconocer que la historia de la humanidad, durante milenios de evolución, ha
estado siempre sembrada de retos, dificultades e incertidumbres. Muestra de
ello son las famosas plagas de las que hablaba. Por lo tanto, quien piense que
la crisis se trata de un fenómeno exclusivamente moderno, se equivoca; aunque
el término en sí, sí lo sea.
En los últimos tiempos, en nuestra
sociedad actual, los escándalos de todo tipo no han dejado de sucederse en
forma de verdaderas plagas, como los tristemente famosos delitos de pederastia fuera
y dentro del mismo seno de la Iglesia, a propósito de nombrar el Antiguo
Testamento. Hechos imperdonables todos, desde cualquier perspectiva, pero con
grandes agravantes en según qué casos, puesto que no es lo mismo ser un
desvergonzado anónimo que mediante argucias contacta y engaña a niños desde
internet, que un reconocido y respetable pastor con episodios reincidentes de
pederastia. Y lo más exasperante del caso es descubrir que estos casos se
cuentan por miles y han tenido lugar durante muchos años afectando a niños y
niñas inocentes por todo el mundo. Ahí es nada. Sin olvidarnos del escándalo
del robo y contrabando de bebés, tema que relego para otro artículo.
Por otro lado, aunque sería injusto
generalizar y afirmar que toda la clase política en España es corrupta, sí
podemos sostener que gran parte de aquellos que dicen representarnos y velar
por nuestros intereses, no han hecho mucho más que llenarse los bolsillos y
salir corriendo. O quedarse ahí, en su despacho, cruzando los dedos para que la
espada de la justicia no les señale con su frío acero. Dirigentes del gobierno,
ayuntamientos, ONGs y otras instituciones, con o sin ánimo de lucro, da igual, han
llevado a cabo los desfalcos más sonados de la historia en una sociedad donde
el fantasma de la corrupción, el favoritismo o el cohecho parece haberlo
infestado todo hasta el punto de no dejar títere con cabeza.
Y en otros sectores, como en el mundo
del deporte, sonada ha sido la caída de algunos astros por subirse al ilícito
carro del dopaje, hecho bastante decepcionante además para aquellos amantes del
deporte que sí practican un juego limpio con auténtica constancia, honradez y deportividad.
Imposible enumerar en este artículo
todas las plagas que han corrompido y corrompen a esta sociedad. En nada quedan
las de Egipto comparándolas con las de nuestros días. Que un sinnúmero de
ranitas, mosquitos o tábanos acamparan por doquier y a sus anchas por nuestras
casas y calles lo cambiaba más de uno con tal de terminar con tantos y tantos
otros fantasmas…
Sin embargo, pese a todo pronóstico, sigo
creyendo en el poder de la conciencia en acción. Está sucediendo y a los hechos
me remito: todo lo que estaba oculto y embrutecido está saliendo a la luz
pública. Una cosa detrás de otra. Muestra de que el despertar de conciencias
está en activo desde hace tiempo. Señal de la lucha que el Bien está librando
en pro de un mundo ideal, más amable, mejor. Hasta su completa victoria.