viernes, 12 de julio de 2013

El ángel de Cabral

Facundo Cabral y Pla Ventura en Ibi (Alicante) - 30 de abril de 2006
 
Mi querido y admirado amigo Luis Pla Ventura, quien llegó a mi vida por ‘casualidad’ (como suele pasar con todas las cosas milagrosas e importantes que nos suceden), en su maravilloso libro lo llamó magia. ‘La magia de Cabral’. Yo hoy, con su permiso, lo pasaré a llamar ángel. ‘El ángel de Cabral’. Porque se puede llamar ‘ángel’ a todo aquello que simbolice y arroje luz, alegría, optimismo, esperanza y sabiduría. Y a aquel que lo sabe esparcir, por ser buena simiente, compartiéndolo (para multiplicarlo) con el mundo y por el mundo. Porque todo lo bueno y positivo es una dádiva de Dios y sólo es útil y tiene sentido cuando se comparte.
A Facundo Cabral se le privó de muchas cosas, pero también se le concedió otras muchas. Tenía talento, sensibilidad, experiencia y una hermosa voz para que su mensaje trascendiera a través del arte. Porque para llegar al corazón de toda la humanidad no podía ser de otra manera. Y yo, que siempre voy a la caza de las enseñanzas y reflexiones de esos personajes, sabios y juiciosos, que consagran su vida en pro de la excelencia, reconozco que había oído hablar de su trabajo con anterioridad, pero apenas sabía de él. Al menos no en profundidad. Y como quien sabe de todo un poco, en el fondo, no sabe mucho de nada, me adentré en la aventura de investigar y seguir creciendo gracias a la oportuna aparición de mi amigo Luis. Y como lo que vi y leí me hizo disfrutar tanto y hasta tal punto, quisiera hoy aportar mi granito de arena en homenaje a la memoria de este gran autodidacta. Por todo ello, doy gracias a Pla Ventura y al infinito e inexpugnable universo por haberse confabulado para que su legado, el del fascinante y emocionante Cabral, llegara hasta mí, incalculable y exacto, como el valioso tesoro que es.
Facundo Cabral era poeta y cantautor, mendigo por definición propia y un apasionado amante de la vida. Un aprendiz incansable que terminó siendo, sin pretenderlo, el intachable maestro de tantos desocupados y tristes durmientes. Encarnaba, y con creces, la figura estereotípica del sabio de porte sereno, infinito conocimiento y personalidad entusiasta que no esconde nada y posee mucho porque todo lo comparte. Porque sabía escuchar al corazón, ‘el que sabe porque siente’, y se dejaba de inútiles conversaciones con la mente analítica. Esa gran enemiga nuestra que se encarga de encasillarlo todo, de criticarlo todo, de racionalizarlo todo…
Como Cabral había aprendido a amar, era sabio. Por ello cantaba al amor, pese a la soledad, y derrochaba tanto aplomo, tanta ternura, tanta magia, tanto ángel… que da la sensación de que no podía ser de este mundo. No de este mundo que no sabe. No de este mundo cargado de venganzas y miseria gracias a la ignorancia de la humanidad dormida. Esa humanidad que parece no ver más allá de las apariencias, la que vaga sin rumbo porque sólo cree en aquello que la ciencia puede explicar. Una humanidad que no reflexiona y, por lo tanto, no sabe que ‘por lo que no se ve, sucede lo que vemos’. Que no se ha dado cuenta que lo valioso, lo verdaderamente importante, no es lo tangible, lo físico, lo material. Y esta misma ceguera hace que se viva en una completa oscuridad donde la muerte es la mejor noticia, distrayéndonos así de la realidad. Haciendo que pase desapercibida la vida que a diario se nos ofrece en derredor y que significa el verdadero milagro cotidiano.
Confieso que la arrolladora personalidad de Cabral me cautivó desde el primer contacto con su trabajo. Descubrí con asombro cómo, a través de la magia de sus canciones, enriquecedoras y humanas, posee la capacidad de hacerte despertar a la verdadera realidad. Esa realidad que se nos ofrece repleta de colores y bellos matices y que muchos nos empeñamos en ver en blanco y negro. La capacidad de abrirte los ojos al mundo para comenzar a verlo como por primera vez, con la inocencia y la humildad de un niño. Y sus calculados y pausados gestos, su bendita naturalidad, sus emotivas palabras cargadas de sentimiento, experiencia y significado, todo lo que te invita, aún hoy, a sentir lo que él sintió y a amar lo que él amó. Te transportan a ese paraíso, de luz y felicidad, que muchos ya creíamos haber perdido… Así es, amigos, cuanto rodea a la figura de Facundo Cabral te envuelve de tal manera que se convierte en un bálsamo reparador, en un esperanzador remedio para las heridas y sinsabores del alma.
El genial artista se describía a sí mismo como ‘un hombre feliz que canta’. Un hombre feliz que amaba, que a través del amor se había liberado del miedo que heredamos y de la culpa adquirida que nos atormenta. Lo llamaban ‘maestro’ porque, más allá de la palabra, comulgó con el ejemplo. Cabral, desde el principio de su existencia, se enfrentó al dolor y a la calamidad. Comió de la basura. Superó un cáncer de diagnóstico terminal. Y tras estrellarse el avión donde perecieron su mujer y su hija, comentó a un periodista que le preguntó al respecto: ‘amo la vida, me preocupo por vivir, no estoy buscando un culpable’. Y respondía así porque caminaba sin miedo. Porque sabía que éste ‘es la antítesis del amor’. El miedo es ignorancia, cobardía. Lo verdaderamente valiente es enfrentarse a la vida, sin miedo, con el amor por bandera. Por lo tanto, no hay secretos. Viviendo así la felicidad está asegurada… pase lo que pase.
Gracias, cantor, por ser la luz que ilumina y el espejo que la refleja. Gracias, poeta, por tanta magia y tanto ángel.