lunes, 18 de agosto de 2014

AFORTUNADAMENTE, CON EL TIEMPO




Con el tiempo te das cuenta que no vale la pena sufrir por cualquier cosa, que cada uno tiene su propio camino en la vida y unos retos que afrontar. Y comprendes que el sufrimiento es una pérdida de tiempo. Que cada persona se encuentra en un nivel de conciencia determinado. Que debemos respetar el libre albedrío de cada uno. Y que madurar es abrir la mente a esta comprensión y, llegado el momento, debemos dejar a un lado el complejo de ‘salvadores del mundo’, así como también aprender a dejar pasar situaciones y personas… Entonces te das cuenta que la vida se divide en ciclos y que sólo importa el momento presente. Que está todo relacionado. Que quien vive en el pasado pasa demasiado tiempo preocupado por lo que ya ‘no es’. Y quien ‘vive’ preocupado por el futuro sufre de antemano por lo que muy probablemente ‘no será’. Y ves esto, despiertas y adviertes que lo que tanto te preocupaba ayer, hoy apenas tiene importancia, pues madurar es, ante todo, un estado de conciencia que te conduce a aceptar la vida tal cual es, con sus luces y sus sombras, y no como quisieras que fuera.

Con el tiempo también te das cuenta que el ser humano necesita una ilusión para vivir. Tener un proyecto en el horizonte, nuevas metas. Necesita aferrarse a algo que lo motive, que dé sentido a su existencia. Porque la vida ni se pasa ni se detiene, nunca, jamás. La vida no se encierra en un concepto, es tan sólo una suma de experiencias y una sucesión de noches y de días, un simple acuerdo entre las luces y las sombras... Con el tiempo, precisamente por eso, te das cuenta que no es conveniente tener todo lo que se desea, al menos, no al instante, y que es mucho mejor ir conquistando tus metas o deseos poco a poco, ya que aquello que conseguimos con facilidad pierde la mitad de su interés, y casi todo su valor, al momento de ser adquirido.

Con el tiempo te das cuenta que conseguir las cosas con esfuerzo te lleva a valorarlas en su justa medida, y sabes que has madurado cuando sólo te esfuerzas por conseguir aquellas cosas que valen realmente la pena. Y entonces, enamorado de la vida, te percatas de que lo más valioso es lo que menos esfuerzo cuesta: un paseo, una buena lectura, una conversación amena… Descubres el placer de las cosas sencillas, sin la necesidad de alcanzar grandes metas ni de viajar a lugares idílicos para encontrar la paz esperada o el momento perfecto. Aprecias que puedes ser feliz aquí y ahora. Y que realmente ya lo eres, que siempre lo has sido, porque la felicidad es un estado de conciencia que no necesita de estímulos externos para ser ni para estar. Y tomar conciencia de esto es importante porque despiertas de ese sueño de mil noches en los que las sombras sólo juegan su papel haciéndote creer que existe la oscuridad… Todo es luz y todo es conciencia porque toda experiencia y todo suceso, negativo o positivo, es necesario para ‘crecer’.

Y de esta forma, con el tiempo, te das cuenta que en cualquier lugar y situación tu vida puede dar un giro de 180º: en la cola del súper, esperando un amigo, ayudando a un hermano… Cualquier día puede ser ese día que siempre has esperado para hacer ciertas cosas, para emprender un nuevo camino o dar ese paso tan meditado, pues lo que llaman ‘destino’ puede estar a la vuelta de la esquina o al transitar cualquier senda... Sí, hoy mismo puede ser, con toda probabilidad, ese día perfecto que desde hace tanto tiempo estabas esperando.

Y con el paso del tiempo también te das cuenta de que no eres inmortal, que los años pasan, y pasan por algo, que la vida es una sucesión de hechos y una acumulación de experiencias donde no faltan los lances que dan sentido a la existencia. Que si no pasaran los años, no adquiriríamos sabiduría. Que una vida sin inquietudes, sin desafíos, sin metas, es una vida vacía. Que todo cobra mayor sentido cuando el amor es tu bandera. Y que no hay mayor capital que acostarte cada noche con el corazón henchido y la conciencia tranquila.

Acumulas experiencias, abres puertas, cierras ciclos, pierdes esto, ganas lo otro, y comienzas a sentir la vida y a valorar lo realmente valioso. ¡Bien! Un simple café se convierte en una tarde maravillosa en la mejor compañía, y observas maravillado que tu, otrora, mayor enemigo se convierte ahora en tu mejor aliado. Que abrir la conciencia a la felicidad y al bienestar es un viaje sin retorno, un sueño hecho realidad, el paso a una nueva vida. Empiezas a verlo todo con los ojos de la inocencia dormida. Sientes más y sufres menos. Sabes que todo es como debe ser y aceptas tu vida. Tu familia, tus amigos, tus vecinos… todo comienza a ser perfecto. Lo negativo y lo positivo son dos conceptos que dependen de tu actitud para existir. Todo esto, y mucho más, cambia y tiene lugar al despertar la conciencia.

Con el tiempo te das cuenta que siempre fuiste perfecto, aunque te equivocaras continuamente. Puedes sentirte satisfecho porque tus aciertos y tus errores de ayer conforman el ser perfecto que eres hoy. La vida es demasiado corta para desperdiciarla discutiendo, para vivir deprimido y para recordar continuamente el pasado con tristeza o rencor. La vida es aquí y ahora. Todo es conciencia y energía. Y te percatas de ello (contradiciendo a un renombrado escritor y poeta argentino), ‘afortunadamente’, con el tiempo.