Salman
Rushdie, el escritor indio perseguido por el integrismo islámico tras la
publicación del libro ‘Versos Satánicos’, escribió en su momento: “Nunca me
consideré un escritor preocupado por la religión, hasta que la religión empezó
a perseguirme”. Sin embargo, pese al acoso al que se vio sometido y contra todo
pronóstico, Rushdie ha ido resistiendo aferrándose con valentía a su derecho a
la libertad de expresión. Enfrentado a una sociedad intransigente y hermética
llegó incluso a posicionarse en contra de la ley que prohibía ‘la incitación al
odio religioso’… poniendo en riesgo nuevamente su vida en pro de una sociedad
libre y civilizada.
Los
atentados del pasado 7 de enero en la sede parisina del semanario satírico Charlie
Hebdo, donde, como ya es sabido, dos yihadistas asesinaron a doce personas
además de herir de gravedad a otras cuatro, han vuelto a poner sobre la mesa un
conocido y difícil debate: por un lado, la libertad de expresión y sus límites;
y por el otro, la amenaza del integrismo islámico en Europa… Pero, vamos a ir
por partes. Según la Constitución Española, el derecho a la libertad de
expresión debe ejercerse con responsabilidad y conlleva ciertas obligaciones,
porque si atenta contra el derecho al honor o la integridad de otros puede
pasar a ser un delito. Por lo tanto, el debate giraría en torno a la siguiente
pregunta: ¿dónde están los límites que permiten la libertad de uno y no invaden
la del otro? Personalmente apuesto a favor de una libertad de expresión
responsable, porque si no, no estamos hablando de libertad tal y como se debe
entender este concepto. En primer lugar, hay que reconocer que ‘nuestra
libertad termina donde empieza la del otro’, por lo tanto, en realidad, ninguna
libertad es absoluta.
Sobre
la polémica de las caricaturas de Charlie Hebdo hay una cosa muy importante a
tener en cuenta, fácil de entender para mentalidades abiertas y transigentes. La
publicación francesa hace parodia con todas las religiones y estamentos de
poder, tal y como todo el mundo sabe por la repercusión que han tenido las
viñetas de sus portadas en los últimos tiempos. Es comprensible que alguna
persona pueda sentirse incómoda ante una representación ‘irrespetuosa’ del
símbolo religioso con el que se identifica, pero, por encima de todo, es
imprescindible no perder de vista que la sátira es un recurso dentro del mundo
de las comunicaciones y Charlie Hebdo es un semanario de humor satírico.
Generalmente, las características de este tipo de publicaciones son la
ridiculización, la farsa o la ironía como protesta sobre los temas sociales más
variados. Vicios, abusos, deficiencias… individuales o colectivas, se
representan en tono burlesco. Nada escapa al ojo del dibujante. Por lo tanto, en
pleno Siglo XXI, una ofensa por la publicación de una serie de caricaturas no
puede justificar una masacre. ¡Jamás! Nada justifica una acción terrorista. Y
otra cosa a recordar, no menos importante, es que las víctimas de Charlie Hebdo
vivían y realizaban su trabajo en París, capital de Francia, en un estado libre
y en una sociedad democrática y aconfesional, pese a albergar una ciudadanía multicultural
y multirreligiosa.
Parafraseando
el título de una conocida película, esto parece la guerra de los mundos. Dos
mundos totalmente opuestos y enfrentados entre sí. Mientras en un país como el
nuestro acaban de detener a 29 personas integrantes de una red de prostitución
de menores donde se han visto implicados algunos empresarios, abogados y
jubilados, quienes muy probablemente (gracias a nuestro ‘infalible’ sistema
judicial), acabarán yéndose de rositas… desde internet nos llegan constantes
noticias y vídeos donde organizaciones terroristas como el grupo ‘Estado
Islámico’ aplican la ley sharia en sus dominios y con todo rigor. Amputaciones
o lapidaciones en plena vía pública son algunas de las penas más conocidas. Y sin
posibilidad de enmienda: quien la hace, la paga... y no hay más que hablar.
¿Debe
una sociedad como la nuestra, a la que tanto le ha costado alcanzar la
libertad, sucumbir ante la amenaza del terrorismo? Como os decía: nada,
absolutamente nada, justifica un asesinato. No podemos permitir que ninguna clase
de violencia tenga cabida en nuestra sociedad y, mucho menos, en nombre de la
religión. Tenemos el derecho a la libertad, a la paz y al bienestar. El derecho
a una convivencia pacífica desde el respeto y la prudencia… Y como no habrá paz
para los malvados (al parecer, nunca la habrá), sólo nos queda permanecer unidos
contra el terrorismo y toda clase de irracionalidad. ¿Cómo? No dejándonos
doblegar, defendiendo los derechos que nos hemos ganado a pulso. Por eso, ‘Yo
también soy Charlie Hebdo’.