jueves, 7 de febrero de 2019

SUEÑO DE LA ANCIANA


            Me encontraba en una especie de gran comedor. La estancia se presentaba adornada por objetos de decoración que pretendían hacer de aquel lugar, donde la intimidad y la exclusividad de lo propio, lo personal, quedó atrás hacía mucho tiempo... un lugar más cálido, más acogedor. Familiar. Creo que la mesa, que debería encontrarse en un lugar más céntrico, estaba desplazada hacia la pared para dejar más espacio en el centro de la sala. Quizá... Además de una anciana en silla de ruedas, había una mujer más, y supuse que se trataba de una de sus cuidadoras; demasiadas suposiciones. (¿Me encontraba dentro de un sueño que transcurría en una residencia de ancianos? Sentí que así era.) Estaba de pie y creo que iba de blanco. No sonreía, nos miraba, simplemente observaba, en silencio. Al parecer, conduje a la anciana hacia otra sala que podía estar separada de la anterior por puertas corredizas, o esa es mi impresión. El caso es que no cerramos ninguna puerta y podía observar a la cuidadora desde donde nos encontrábamos.
            Acompañaba a la anciana del carrito haciéndole de vez en cuando alguna pregunta que no consigo recordar, dudas personales que deseaba satisfacer... pues la energía que percibía de aquella mujer de apariencia frágil y especial ternura era de alguien, además de sabio, con cierta mediumnidad. Sabía que en sus silencios prolongados, en su amorosa mirada, atesoraba más respuestas de la cuenta.
            Sin embargo, no respondía a ninguna de mis preguntas, sólo, en un momento determinado, echó la cabeza hacia delante indicándome con ese gesto que finalmente se dispondría a hablar, por lo que yo me acerco más a ella para escucharla mejor mientras sostengo su mano.
           Finalmente dijo con esa voz angelical que trae a tu alma reminiscencias de algo añorado, trascendente y entrañable:

            -“Tú de pequeña me decías… -hace una breve pausa y prosigue-: ¡el mundo es maravilloso!

            Y enseguida me di cuenta de que se estaba muriendo... observé cómo expiraba y bajaba la cabeza. Había muerto.
            En ningún momento me sentí triste o apenada, sólo viví la muerte que acababa de presenciar con cierto asombro, como algo que sabes que está ahí, a la vuelta de cualquier esquina, a la luz del sol o acechando entre las sombras, pero que nunca, nunca, por una extraña razón, esperas que suceda. 

            Me llamó la atención su voz, sí, cercana, dulce, afectuosa... la típica voz de ancianita que todos conocemos al estilo del cine de doblaje gracias a sus mejores películas. Y el mensaje, subliminal. Tal vez la respuesta a todas las preguntas resida en percibir el mundo desde ese prisma infantil donde la inocencia, la felicidad y el asombro convergen.


Rosa Sánchez©
Sueño del 11 de Febrero de 2010