Lunes
por la tarde. Finales de septiembre. Abro el Facebook y el siguiente comentario
ocupa toda la pantalla de mi teléfono móvil: “La sociedad va cambiando, afortunadamente. En estos momentos los
embajadores de EEUU y Francia en España son gays con pareja de hecho y, en el
caso del francés, con hijo adoptado… ¿A que no se ha caído el mundo? Pues eso.”
Lo ha escrito Mª José Garcerán, veterana periodista de Santiago de la Ribera, y
para encabezar este artículo su reflexión me llega como el maná en el desierto…
porque (¡qué diablos!) tiene toda la razón: ¿qué carajo nos importará la vida
privada de alguien si realiza bien su trabajo?
‘Vivir
dejando vivir’ o ‘la guerra de los prejuicios’… para ser sincera, todavía no sé
muy bien cuál sería el título más adecuado. Menos mal que esta sociedad, la que
avanza con la recelosa mirada puesta en ese futuro incierto al que nos están
arrastrando políticos y demás entes
de este sistema en quiebra que tenemos, está curada de espanto y cada día somos
un poquito más tolerantes. Más tolerantes, digo, porque es sabido que la
humildad está más cerca de la pobreza y, como cada vez somos más pobres, pues andamos
con la mente más abierta y, por consecuencia, nos puede menos el orgullo. Yo
qué sé. Lo que sí es cierto es que hemos crecido con el mal hábito de enjuiciar
todas aquellas cosas que no compartimos mientras exigimos respeto hacia
nuestras ideas y hacia nosotros mismos. ¿Cómo no? Pero, al fin, haber abierto
los ojos nos ha hecho un poquito mejores personas y bastante menos ignorantes.
Eso sí.
El
colectivo de gays y lesbianas ha sido uno de los más humillados desde la
historia del mundo. Perseguido, vilipendiado y oprimido por una sociedad
excesivamente censuradora, difamadora y de mente obtusa, carente de la
capacidad de reflexión necesaria como para contemplar la posibilidad de una
atracción sincera y honesta entre individuos del mismo sexo. Y cómo no, ríos de
tinta en contra. Por cuestiones morales, religiosas o personales, lo mismo da… La
misma sociedad que, afortunadamente, hoy camina aprendiendo a escuchar sin
juzgar, hablar sin ofender y observar sin despreciar. Ya era hora.
A
la sazón, como los representantes religiosos tampoco nos sirven de mucha ayuda
en estos tiempos de cambio, aprovecho para mostrar mi desacuerdo hacia la postura
de la Iglesia al respecto. Ya está bien con aquello del vicio y del pecado. A
mi parecer, la humanidad es una, grande e indivisible, ya que pertenecemos a
una misma especie y nos une un origen común. Y digo que todos somos uno porque,
a pesar de nuestros diferentes puntos de vista, creencias o condición sexual, estoy
segura que quien hizo este lugar ama profundamente la variedad, ya que de otra
forma no se explicaría qué hacemos tantos, tan distintos, revueltos en todo
este tinglado al que llamamos mundo. Espero que dentro de muchos años sigamos
siendo el único animal racional que pueble la tierra, porque será señal de que
no nos habremos extinguido como especie, quién sabe, comiéndonos unos a otros.
‘Contra
natura’ van muchas cosas que no son propias de gays o lesbianas. A diario, en
este mundo, miles de asesinatos, violaciones y abusos de todo tipo son
perpetrados por parte de esa “sana sociedad” que, tal vez, presume de una
heterosexualidad en toda regla. Como debe ser. Pero dicho esto, que cada cual,
antes de juzgar, mire ‘hacia dentro’ y observe y juzgue su propio mundo
interior, y que en un arrebato de honestidad sepa ver tanto sus virtudes como
imperfecciones. La tendencia a encasillarlo todo o colgar etiquetas nos hace,
si cabe, menos humanos, nos divide más y contradice nuestra percepción de
virtud, justicia e integridad. Pero, como según se dice, en la mayoría de los
casos no vemos las cosas como son, sino como somos…
Y,
como os decía, ya que por fortuna cada vez es mayor la libertad de expresión y
el respeto hacia la comunidad liberada, nunca comprenderé las posturas medievales
de hoy hacia la homosexualidad. Sólo hay una forma de sobrevivir en este mundo,
y no es otra que caminar unidos desde el respeto y la tolerancia entre razas,
creencias o condición sexual. Las limitaciones mentales son las fronteras que
más separan al ser humano de sí mismo. Da igual el color o la forma si reina la
paz y la armonía entre los pueblos. Y que las creencias o ideas, cualesquiera
que sean, consigan unirnos en vez de dividirnos más.
Rosa, amiga, vaya vaya. Y yo sin enterarme de que habías escrito algo nuevo.
ResponderEliminarComo siempre tan acertada en tus palabras aunque tenga dudas de que se estén abriendo los ojos todo lo que se debiera. Claro que apoyo el respeto mutuo y la inclusión de todos, pero también rehuyo de las extravagancias o exabruptos que, so pretexto de la reivindicación, se cometen por parte de colectivos como los que mencionas.
Apostemos por huir de los prejuicios y las etiquetas tanto para esos colectivos como para otros que engrosamos la estirpe de la diferencia.
Y sí, ojalá que el ser humano siga ahí cuando pasen los siglos y ojalá algún día el ser humano aprenda, aprendamos, a no tropezar dos veces (o más) en la misma piedra de la Historia, piedra con nombre de genocidios, guerras, intolerancias y brutales exclusiones.
Besos admirativos.
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Estimado Alberto, alguna sorpresa te tendré que dar yo de vez en cuando, ¿no? Jeje
ResponderEliminarSé a lo que te refieres respecto a lo de las extravagancias... Siempre he pensado que esa clase de espectáculos proviene de una minoría que no representa la totalidad del colectivo gay.
Bueno, sí, a ver si seguimos evolucionando hacia el respeto y la tolerancia.
Gracias por tus sabias palabras. Siempre un honor contar contigo, claro que sí.
Besos emocionados
Se puede decir más alto, pero no más claro. Un abrazo.
ResponderEliminarMás claro creo que no, pero reconozco que podría haberme extendido mucho más, que el tema lo merece... pero por aquello de no aburrir...
ResponderEliminarGracias, Ana!!
No te extiendas, que así luego te da para otro artículo o post. No hay que quemar los cartuchos todos juntos. :D
ResponderEliminarCuánto sabes, Ana!!
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