La
vida, esa gran maestra que todos tenemos en común, nos enseña que la pobreza
genera humildad y la sabiduría es amiga íntima de la naturalidad y la
sencillez. Siempre ha sido así. Sabios de todos los tiempos dejaron sus reflexiones,
proverbios y apotegmas, concebidos en el crisol de una imperante necesidad
espiritual y evolutiva, en pro de la sabiduría y la excelencia humana. Logros y
cualidades que sólo se alcanzan a través de la experiencia, la meditación y el
conocimiento.
Sin
embargo, querer abarcar todo el océano de sabiduría en una mente humana, es una
tarea tan utópica como imposible. Tener una profunda experiencia con lo humano
o lo divino no significa abarcar su contenido. No obstante, a lo largo de los
tiempos, han sido muchos los que han tratado de monopolizar la verdad a través
de una doctrina o filosofía, tratándose también de una tarea inane que ha dado
comienzo a muchas guerras y conflictos, sobre todo, por falta de inclusividad y
estrechez mental. No se puede limitar lo ilimitado.
Tales
de Mileto, uno de los Siete Sabios de Grecia, nos dejó una sentencia de lo más
sencilla pero certera: “Aprende y enseña sólo lo mejor”. Y así es, ya que la
vida misma es la gran encargada de dispensarnos ocasiones de toda índole de las
que poder aprender, brindándonos aquellas experiencias y lecciones que van
dando forma a nuestro carácter. Y lo hace mientras va mostrando sus caras, unas
más amables que otras, pero facetas todas de la experiencia, fantástica e impredecible,
que es vivir.
La
vida nos demuestra que la acción más valiosa es la que nace del desinterés. Y nos
revela cosas elementales como la importancia de respetar la libertad propia y
la ajena. Siempre ha sido así. La vida es aprendizaje… un aprendizaje constante
a través de la cual, tarde o temprano, nos sobrevienen pruebas, obstáculos y vicisitudes
a superar, pero también acerca a las personas adecuadas cuando necesitamos apoyo,
y ocasiones de solaz y regocijo para compensar los malos ratos. Todo es experiencia
y, por consiguiente, crecimiento. Ése es el asunto.
Cuando
hablamos de vida, de sabiduría o vivencias, hablamos de muchas cosas que a
algunos/as nos evocan recuerdos y nos acercan personas. Próximamente volveré a
disfrutar de la compañía de mi inmejorable amigo Alberto Gil y, al hilo de lo
que os hablaba, tendré una nueva ocasión y oportunidad de comprobar que el
coraje de vivir significa superarse, no rendirse, no tirar nunca ‘la toalla’. Alberto
Gil es un escritor ciego cuya historia ya conté, aunque muy por encima, en el
pasado, cuando vino desde Madrid a presentar su libro de relatos a Pilar de la
Horadada. El próximo mes de abril vuelve a la carga, viene de nuevo, desandando
sendas y salvando toda clase de obstáculos y barreras, a regalarnos su arte y
la riqueza de su presencia y experiencias.
Como
decía, mi amigo es mucho más que un amigo, es un ejemplo a seguir, un estímulo
por los valores que prodiga, encarna y representa. Su filosofía de vida es un
canto a la superación y a la esperanza. Una de sus muchas frases célebres, por
citar una, es: “Por los pequeños detalles se conoce a las grandes personas”. Y
así es. Porque es su sencillez la que te engancha, lo que te conecta a él; como
su humildad, cercanía y bondad que además de impregnarte y envolverte en ese
mismo halo de optimismo y alegría que le caracteriza, te hace despertar, ser
consciente que, entre dificultades y alegrías, debes luchar porque estás
vivo/a… Y gracias a personas así, sigues caminando por este camino de vida… y
te das cuenta que vale la pena. Y también te percatas de que no todo el que
sabe, puede; y no todo el que puede, sabe… que tenemos la imperiosa necesidad
de hacer de este mundo, desde ‘nuestro mundo’ particular que somos cada uno, un
lugar más cálido y acogedor, como bien suele decir Alberto; aprendes que se
debe huir de las adulaciones porque casi siempre esconden alguna clase de
interés y son la mejor herramienta de manipulación que existe… y, en resumen, te
vuelves más consciente de que vivimos en un lugar maravilloso en el que es una
necesidad ser bondadosos/as, pero sin llegar a la servidumbre, puesto que
muchos tratan siempre de aprovecharse de la buena fe de otras personas.
Me
gustaría cerrar este artículo con una excelente frase del genial Charles
Chaplin, la que creo que concentra en sí toda una filosofía de vida a seguir:
“Cuando empecé realmente a quererme, me liberé de todo lo que no era sano para
mí. Alejé de mí comidas, personas, objetos, situaciones y sobre todo, aquello
que siempre me hundía. Al principio lo llamé egoísmo sano, pero hoy sé que eso
es amor propio”. Este bien podría ser el principio fundamental para llevar una
vida plena y consciente, pues el sentido y destino final de nuestra limitada
existencia no es otro que llegar, en la medida de lo posible, a la perfección.
Feliz primavera.
Feliz primavera Rosa, me embobas cada vez que te leo, y tienes toda la razón, debemos aprender a querernos mas a nosotros mismos y a disfrutar de las alegrias que nos brinda la vida, para despues poder compartir las experiencias. Un abrazo muy fuerte
ResponderEliminarGracias, Fran, eres un amor y contar con tu comentario todo un honor para este blog porque para mí tú eres un gran ejemplo de lucha y superación. Ánimo y muchos besos. Como dice mi también querido amigo Alberto: ¡siempre adelante!
ResponderEliminar¿Que vuelve? ¿Se atreve a volver? O es un inconsciente, o no lo haríamos tan mal en aquel primer viaje tan accidentado de mayo del año pasado, ¡ja, ja! Un abrazo a los dos.
ResponderEliminarJeje, Ana, a Alberto le atrae el riesgo, le apasiona la aventura y le guía el corazón... espero que venga muchas veces, con motivos literarios y sin ellos. Eso sí, siempre contamos contigo. Un abrazo.
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