lunes, 29 de marzo de 2010

SHUTTER ISLAND


Hacia la mitad de esta fantástica película de Martin Scorsese, cuyo escenario son los años 50, surge un insólito diálogo entre el director del hospital psiquiátrico de Shutter Island y el protagonista. El primero le asegura al segundo que el mundo es violento y hostil porque Dios ama la violencia, alegando que, por el contrario, no se explica cómo existe tanta violencia, crueldad y, en guerra, esa lucha terrible entre los hombres por la supervivencia.
El protagonista, que vive atrapado por miedos y traumas del pasado (liberó el campo de Dachau al caer el Tercer Reich comprobando la realidad más cruda de un campo de exterminio nazi, imágenes que vuelven a su recuerdo una y otra vez como perfectos fantasmas), lo niega sabedor de que no se puede culpar a Dios de las acciones humanas más deleznables cuyos hombres son los verdaderos responsables.
Este pasaje me lleva a una reflexión: siempre necesitamos un culpable y resulta fácil y cómodo (sobre todo para aquellos que se declaran ateos, curiosamente) responsabilizar a Dios de nuestros actos de egoísmo y ansias de poder. Esta respuesta no es más que una burda evasiva, una salida hacia ninguna parte o una excusa para salir como verdaderos inocentes de nuestras propias acciones.
Es obvio que Dios nos hizo libres, su amor nos concedió el libre albedrío y nos dotó de inteligencia para saber discernir entre el bien y el mal… ¿Por qué se le responsabiliza sólo del mal? ¿Por qué no ven su rúbrica en esos actos que brotan del corazón y nos hace algo más que humanos, actos como la solidaridad, el amor o la compasión?
Es obvio que en la historia de la humanidad el mal parece ser la mano imperante, pero la explicación a este hecho es sencilla: muchas personas llevan una existencia vana donde impera el descontrol y el desequilibrio. Estas personas causan un mal evidente en otras por puro placer o egoísmo. Saben perfectamente dónde están los límites del bien y del mal. Sólo ocurre que por comodidad han escogido la peor opción. Opción que les generará un desastroso karma.
En fin, nos han hecho libres, a todos nos han dotado con las mismas capacidades por igual, el problema es que cada cual actúa según los dictámenes de su propia conciencia
.

2 comentarios:

  1. Rosa, me parece muy acertada esta reflexión. No he visto la película, pero siendo de Scorsese, saliendo Leonardo di Caprio y habiéndola visto tú, me sobran razones para ir a verla.
    Por cierto, estoy entregado a la lectura de tu libro, que prometer, promete; me está encantando.
    Un abrazo sincero y sentido.

    ResponderEliminar
  2. No sé si podré explicarle con pocas palabras lo que significa «Libertad» en clave teológica que es la que como monja domino.Lo intentaremos.«Sólo hay libertad en la verdad» y esa libertad proviene desde Dios. La libertad se realiza se realñiza cuando uno elige lo verdaderamente necesario (Lc 10,42) buscando ante todo el reino de Dios (Mt 6,33). Cuando uno ha encontrado su camino, lo acoge libremente, viéndose al mismo tiempo necesario de seguirlo, la libertad, lejos de desaparecer encuentra su perfección:« Que el libre albedrío pueda elegir entre cosas diversas, conservando siempre su ordenación al fin, es algo que pertenece a la perfección de la libertad. En cambio, elegir algo fuera de su ordenación al fin, y en esto consiste el pecado, en ser un defecto de la libertasd. La libertad está íntimamente relacionada con la consecución del propio fin,que es la verdad y la felicidad del hombre. Ser libre en definitiva es realizarse como hombre, por eso la verdadera libertad comporta madurez (cf Ef 4, 13), el robustimiento del hombre interior (cf Ef 3, 16). Quien diga: «Yo soy libre de hacer lo que quiera con mi cuerpo» lamentablemente es esclava de sí misma.
    Gracias por su espacio.
    Con ternura.
    Sor.Cecilia Codina Masachs O.P

    ResponderEliminar