En periódicos y revistas de todo tipo abundan anuncios donde autodenominados “tarotistas”, “videntes” o “curanderos” (por citar tres conocidos ejemplos, aunque se suelen anunciar con diferentes designaciones, huyendo así de la mala fama que se ha creado en torno a ellos) nos ofrecen sus servicios a previo cobro, por tarjeta bancaria o a través de una línea de pago, la elección es nuestra. Sobrecoge la seguridad que transmiten en sus mensajes, escuetos y directos, donde parecen tener la solución a todos nuestros problemas: “100% aciertos”, “amarres de pareja garantizados”, “primero pasado, después futuro”, “vidente desde niña”…
Y es que en el mundo del esoterismo, especialmente en el campo de la predicción, ya no existen secretos ni fórmulas mágicas. Los recursos que utilizan para generar confianza en el cliente son siempre los mismos: rodearse de misterio, actuar con presteza, tener cierta soltura dialéctica, transmitir seguridad y poseer cierta psicología, o sea, experiencia en el sector. Después, según el perfil del iluso consultante (quien, sin darse cuenta, se encarga de ir dando pistas sobre el problema que le preocupa así como otras cuestiones o circunstancias de carácter personal), parecen adivinar algunos aspectos del problema a tratar o parte de su futuro. Pero pensemos detenidamente: ¿cómo es posible que habiendo tantos portentos de la adivinación en nuestro país, capaces de solucionar toda clase de problemas a la carta, no ofrecen sus conocimientos de forma gratuita para resolver, por ejemplo, ciertos crímenes, o adivinar el paradero de las cientos de personas desaparecidas que a día de hoy existen en España? A raíz de esta reflexión me viene al recuerdo un episodio más o menos reciente de nuestra crónica negra: durante el secuestro de la niña Mª Luz Cortés sus padres recibieron varias llamadas por parte de adivinos ofreciendo sus servicios de forma profesional aprovechando la desesperación y el desconcierto. Por supuesto, servicios no gratuitos.
Evitando generalizar (ya que no se puede negar la posibilidad de que exista gente honrada con ciertas aptitudes o dones), también sería interesante señalar cómo estos superdotados juegan con las personas sencillas, fácilmente impresionables, manipulables, seguidoras de falsas creencias y supersticiones, que acuden a ellos. Un ejemplo conocido sería el caso del temido “mal de ojo”, uno de los “males” que goza de mayor popularidad y que más consultas llena a los curanderos. Su manifestación es conocida: el problema comienza cuando la persona achaca cualquier malestar o situación negativa a este supuesto mal, porque previamente se le ha hecho creer que es así, que alguien que le profesa cierta envidia se lo ha “enviado” y, por supuesto, se puede curar a través de alguien con el don adecuado. Entonces, se efectúa el milagro: la persona, tras visitar al curandero, y por el simple hecho de creer que le ha desaparecido, sana, mejora o empiezan a irle mejor las cosas. Pero realmente ahí no ha actuado nada ni nadie más que el denominado “efecto placebo”, un fenómeno común que consiste en que el sujeto experimenta una mejora gracias a la sugestión que le provoca su exposición a cierto ambiente o tratamiento inocuo, sin existir una mejoría real y, quizás, sin existir dolencia alguna. También podríamos considerar como efecto placebo el hecho de atribuir poderes milagrosos a ciertas cosas, como por ejemplo a un amuleto, o a algunas personas, como puede ser un curandero o tarotista, ya que a los más crédulos les conducen a creer que realmente estos objetos o personas han intercedido a favor del oportuno requerimiento.
Todos hemos oído hablar del triste caso de las esclavas sexuales africanas. Estas mujeres, bajo la amenaza de prácticas de vudú, malviven en situación de esclavitud hasta pagar la deuda contraída con sus traficantes. Y a esos simples proxenetas no se les ocurre un juego más infantil que el de amenazarlas con aquello que más temen según sus tradiciones y creencias: la denominada magia negra. Estoy segura de que si se pudiera matar (y me refiero al significado literal de la palabra) mediante rituales, encendiendo velas, atravesando muñecos, o a través de cualquier práctica, sea de la índole que sea, haría tiempo que la población mundial se habría reducido a la mitad. Por lo tanto, podemos concluir que para que nos afecte toda superstición, en primer lugar, debemos creer en ella.
Para ser sincera he de señalar que no descarto que existan personas especiales, que a cierta altura de sus vidas hayan desarrollado cierto don, personas con habilidades por las que destacan, pero también pienso que si alguien recibe un don o habilidad de forma gratuita lo último que debería pensar es hacer de ello un negocio o su modo de vida. Y, sobre todo, ese ser maravilloso debería destacar por su humildad y buen hacer, lejos del espectáculo y el protagonismo de quienes tratan de vivir de la ignorancia y de la miseria ajena a través de dones y males inventados. Debemos cuidar qué creemos, a qué o a quién damos nuestro crédito y por qué.
Y es que en el mundo del esoterismo, especialmente en el campo de la predicción, ya no existen secretos ni fórmulas mágicas. Los recursos que utilizan para generar confianza en el cliente son siempre los mismos: rodearse de misterio, actuar con presteza, tener cierta soltura dialéctica, transmitir seguridad y poseer cierta psicología, o sea, experiencia en el sector. Después, según el perfil del iluso consultante (quien, sin darse cuenta, se encarga de ir dando pistas sobre el problema que le preocupa así como otras cuestiones o circunstancias de carácter personal), parecen adivinar algunos aspectos del problema a tratar o parte de su futuro. Pero pensemos detenidamente: ¿cómo es posible que habiendo tantos portentos de la adivinación en nuestro país, capaces de solucionar toda clase de problemas a la carta, no ofrecen sus conocimientos de forma gratuita para resolver, por ejemplo, ciertos crímenes, o adivinar el paradero de las cientos de personas desaparecidas que a día de hoy existen en España? A raíz de esta reflexión me viene al recuerdo un episodio más o menos reciente de nuestra crónica negra: durante el secuestro de la niña Mª Luz Cortés sus padres recibieron varias llamadas por parte de adivinos ofreciendo sus servicios de forma profesional aprovechando la desesperación y el desconcierto. Por supuesto, servicios no gratuitos.
Evitando generalizar (ya que no se puede negar la posibilidad de que exista gente honrada con ciertas aptitudes o dones), también sería interesante señalar cómo estos superdotados juegan con las personas sencillas, fácilmente impresionables, manipulables, seguidoras de falsas creencias y supersticiones, que acuden a ellos. Un ejemplo conocido sería el caso del temido “mal de ojo”, uno de los “males” que goza de mayor popularidad y que más consultas llena a los curanderos. Su manifestación es conocida: el problema comienza cuando la persona achaca cualquier malestar o situación negativa a este supuesto mal, porque previamente se le ha hecho creer que es así, que alguien que le profesa cierta envidia se lo ha “enviado” y, por supuesto, se puede curar a través de alguien con el don adecuado. Entonces, se efectúa el milagro: la persona, tras visitar al curandero, y por el simple hecho de creer que le ha desaparecido, sana, mejora o empiezan a irle mejor las cosas. Pero realmente ahí no ha actuado nada ni nadie más que el denominado “efecto placebo”, un fenómeno común que consiste en que el sujeto experimenta una mejora gracias a la sugestión que le provoca su exposición a cierto ambiente o tratamiento inocuo, sin existir una mejoría real y, quizás, sin existir dolencia alguna. También podríamos considerar como efecto placebo el hecho de atribuir poderes milagrosos a ciertas cosas, como por ejemplo a un amuleto, o a algunas personas, como puede ser un curandero o tarotista, ya que a los más crédulos les conducen a creer que realmente estos objetos o personas han intercedido a favor del oportuno requerimiento.
Todos hemos oído hablar del triste caso de las esclavas sexuales africanas. Estas mujeres, bajo la amenaza de prácticas de vudú, malviven en situación de esclavitud hasta pagar la deuda contraída con sus traficantes. Y a esos simples proxenetas no se les ocurre un juego más infantil que el de amenazarlas con aquello que más temen según sus tradiciones y creencias: la denominada magia negra. Estoy segura de que si se pudiera matar (y me refiero al significado literal de la palabra) mediante rituales, encendiendo velas, atravesando muñecos, o a través de cualquier práctica, sea de la índole que sea, haría tiempo que la población mundial se habría reducido a la mitad. Por lo tanto, podemos concluir que para que nos afecte toda superstición, en primer lugar, debemos creer en ella.
Para ser sincera he de señalar que no descarto que existan personas especiales, que a cierta altura de sus vidas hayan desarrollado cierto don, personas con habilidades por las que destacan, pero también pienso que si alguien recibe un don o habilidad de forma gratuita lo último que debería pensar es hacer de ello un negocio o su modo de vida. Y, sobre todo, ese ser maravilloso debería destacar por su humildad y buen hacer, lejos del espectáculo y el protagonismo de quienes tratan de vivir de la ignorancia y de la miseria ajena a través de dones y males inventados. Debemos cuidar qué creemos, a qué o a quién damos nuestro crédito y por qué.
Pues sí, a veces está todo más en la sugestión que en otra cosa. También es verdad que se aprovechan de la desesperación de la gente que, a veces, han probado varios remedios y no les ha dado resultado. Por eso acaban en el curandero o lo que sea.
ResponderEliminarDe acuerdo, he visto personas que creen en todo tipo de cosas y les han sucedido cosas raras, lo mejor es estar bien con todos, lo digo, porque vivo en Guatemala, aquí hay muchos ritos, ceremonias mayas etc. y cualquier persona dice que puede hacerte un mal. No creer en todo eso es la mejor protección, al menos por aquí.
ResponderEliminarSaludos...