La eutanasia está
legalizada en Holanda, Bélgica y Luxemburgo para enfermos terminales. Por eso,
hace unos meses, la justicia belga concedió la denominada ‘muerte asistida’ a
un delincuente de 52 años condenado a cadena perpetua por homicidio y varios
delitos sexuales. Se trata del primer caso, al parecer, donde se ha valorado el
sufrimiento psicológico como argumento para conceder la eutanasia y también la
primera vez que se le aplicaría a un preso que, por cierto, lleva ya unos 30
años en prisión… Como era de prever, automáticamente una quincena de presos
solicitaron la misma medida aferrándose al mismo pretexto… porque ya se sabe
qué pasa en estos casos: uno es el que toca y, si se le abre la puerta, todos quieren
salir detrás. ¿Cómo no? Por lo tanto, el debate sería: ¿deberían concederle el
derecho a morir?
Alguno me va a tener
que disculpar, pero concederle a un asesino reincidente que justifica sus
fechorías aduciendo una socorrida enfermedad mental significa liberarlo de su
condena ‘haciendo trampas’, por así decirlo. Sería como sacarlo por la puerta
falsa, como acortarle la pena otorgándole privilegios impropios de alguien que
ha disfrutado a costa del dolor de otros. Me da igual lo que aleguen los
psiquiatras, qué leyes le amparen o qué sentimientos le aflijan. Muchos de
ellos son una simple banalización del mal, producto de una sociedad que
banaliza la muerte a través del cine, la literatura o los videojuegos y que
despierta la pulsión de dañar o matar en ciertos individuos sin conciencia. Sólo
me interesa la opinión de las víctimas y sus familiares, sus puntos de vista, sus
estados anímicos y derechos fundamentales… que no tengan que revivir miedos ni miserias
pasadas, que dispongan del apoyo psicológico necesario y que se les procure
todos los medios al alcance para poder superar lo que es, a todas luces, un
trauma de por vida. Y todo esto recae en manos de las autoridades, supongo,
quienes en teoría son los que tienen que velar por el bienestar de sus
ciudadanos. ¿O no?
Después de levantar
polémica y avivar heridas en unos, e inventar excusas y alentar vanas
esperanzas en otros, al preso en cuestión le ha sido denegado, por parte de sus
médicos, tan gracioso privilegio. Creo que así se hace justicia. En primer
lugar, porque no soy partidaria de la pena de muerte. Quitarle la vida a otro,
aunque sea el más criminal, te convierte en alguien tan despiadado como él. Y,
en segundo lugar, porque supondría proporcionarle al verdugo la ansiada
liberación. Y este final tan ‘rápido’ no deja de ser un acto de injusticia.
Al margen de lo
anteriormente descrito, me parece una locura en sí misma la práctica de la
eutanasia y voy a explicar por qué. En mayor medida porque, con el tiempo, seremos
más permisivos y se aplicará también en ‘casos especiales’ como el que acabamos
de ver. Ojalá me equivoque. Y enseguida le seguirán otros a los que tildarán de
‘excepciones’. La eutanasia, de una u otra manera, es matar y puede llegar a
convertirse en un arma de doble filo para muchos. Ya he empezado a escuchar
razonamientos pro eutanasia de la categoría: “mi vida es mía y yo decido cuándo
quiero morir”. Esta sociedad que banaliza la vida y la muerte gracias a las
armas y a avances tecnológicos, tratará también de banalizar la muerte gracias
a la ciencia. Por citar un ejemplo sobre lo que estoy diciendo, añadir que en
Bélgica una pareja de ancianos ha solicitado que se les aplique la eutanasia
simultánea pese a que ninguno de los dos se encuentra en fase de enfermedad
terminal.
La vida es un don, un
regalo sagrado y hay que respetarlo y protegerlo hasta el final. Si en aquellos
países donde la práctica de la eutanasia es legal se promoviera, en mayor medida,
el respeto a la vida, y no hubiera otra alternativa que administrar al paciente
terminal los cuidados paliativos oportunos, la sociedad volvería a ver las
cosas de otra manera. Sí se puede y se está llevando a cabo en muchos sitios. Esa
vida sagrada de la que os hablo no puede perder su valor. La sociedad que trata
de vendernos la cultura de la muerte como una ‘solución final’ debe comprender
que morir es un proceso más de la vida al que todos, tarde o temprano, hemos de
enfrentarnos. Un proceso a asumir que es posible vivir sin dolor, llegado el
caso. A mí me convence más una sociedad que luche por el bienestar de jóvenes y
adultos, una sociedad que se ocupe de preservar la vida hasta el final… aunque
mi cuerpo esté enfermo y mi vida no sea ‘rentable’ para la sociedad
laboralmente hablando.
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