El día que empecé a sentir la vida fue el día en el
que comprendí que sólo de mí dependía mi propia felicidad. Advertí que la
felicidad es un estado del alma, un nivel determinado de conciencia. Nada que
se encontrara ‘fuera’ de mí, sino dentro. Y aprendí que no necesitaba a nadie
para ser feliz, pero que, sin embargo, el sentido de la vida es compartir, por
lo tanto, no merece la pena vivirla en solitario. Y también supe que los apegos
a determinadas cosas terminan siendo causa de infelicidad y dependencia… y que
cuantas más cosas tenemos, menos las valoramos y más necesitamos. Y que las
carencias, en las que solemos enfocar nuestra atención y que tanto nos deprimen
y limitan, no nos hacen otra cosa que más vulnerables y autocompasivos.
Ese día aprendí que las grandes metas y ambiciones
sólo nos llevan a competir con otros y eso no da la felicidad. Conlleva estrés,
ansiedad y, a la larga, múltiples frustraciones. Comprendí que la auténtica
felicidad se halla en las cosas sencillas: una conversación, un paseo… nada
complicado. En realidad, me di cuenta que vivir es como un juego que ni
siquiera requiere una estrategia. Supe que al ser honesta conmigo misma también
lo soy con los demás, y creo que merece la pena. Hay tanto que aprender y tanto
por lo que luchar… Ese día entendí que el amor es el camino y el orgullo una
barrera. Que cuando apoyas a alguien y lo animas a seguir, lo engrandeces. Y
cuando haces algo positivo por alguien debes saber que eres el/la creador/a de
una cadena, porque tendemos a imitarlo todo y, tarde o temprano, aquellos a
quienes hiciste bien predicarán con el ejemplo.
El día que empecé a sentir la vida me di cuenta que
no necesitaba entender muchas cosas. Que, a veces, con saber poco es
suficiente… pues lo que sobra suele ser desperdiciado. Y me di cuenta que ya no
tenía que vivir tan angustiada, que estoy bien, que he llegado hasta donde
tenía que llegar, que ha merecido la pena. Y ahora paseo más y disfruto del
trayecto. Ahora incluso veo paisajes que antes no veía. Mis injustificadas
preocupaciones y obsesiones eran el centro del mundo, nublaban mi visión y no
dejaban paso a nada más. Y la felicidad, que vive dentro de cada uno, luchaba
impotente por resurgir. Como la enredadera que tiende a crecer, aferrándose a
la vida. Si lo encuentra en su camino, esquiva el obstáculo pero no se detiene.
Sigue su crecimiento hacia otro lado. La naturaleza misma nos enseña con su
ejemplo a ser constantes, pues ella nunca se rinde. Y a veces ocurre que el
único problema que tiene el ser humano, los únicos ‘obstáculos’ con los que se
encuentra, sólo están en su mente, no es nada físico. La felicidad, que no es
otra cosa que un estado mental, siempre está ahí… en cada ser, como un don
natural.
Me di cuenta que la vida es jueza, abogada y acusación
particular al mismo tiempo… dependiendo del camino que tomas. Si no nos
presentara ciertos retos de vez en cuando, el juego que nos plantea a diario
sería aburrido y monótono. Terminaríamos inmersos en una desesperante ociosidad.
Hay que atreverse a vivir la vida, plantarle cara, aceptar sus retos. Nadie
dijo que sería fácil ni tremendamente divertido. Precisamente por eso, porque
la vida se improvisa a cada paso, porque no sabemos qué va a ocurrir en el minuto
siguiente… debemos aprender a afrontar cada situación. Si no nos queda más
remedio que representar nuestro papel, seamos los protagonistas de nuestras
vidas y aprendamos a improvisar.
Aprendí también que cuando se hacen las cosas
desinteresadamente el universo entero conspira en tu favor brindándote su
ayuda. Sus bendiciones te llegan por cualquier otro lado. Y supe que actuar sin
esperar nada a cambio es la mayor garantía de satisfacción. Porque si no
esperas nada, no hay frustración. Nada puedes reprocharle de quien nada
esperas. Por eso hay que dar, por generosidad y de corazón. Y si se recibe… si
se recibe se debe ser agradecido porque no se esperaba nada a cambio. Ése es el
secreto de la felicidad. Sólo viviremos plenamente cuando dejemos de buscar
protagonismo y la aceptación ajena. No hacen falta esas cosas cuando sabemos
bien quiénes somos. Ésa es la fórmula.
El día que empecé a sentir la vida aprendí que se
brilla mucho más cuando te centras en realzar los aspectos positivos de otros,
sus habilidades, sin llegar a ser servil. Porque para ‘crecer’ no es necesario
pisar a otros, ni se ‘brilla’ ocultando otras luces... No, no es ése el camino.
Lo único que nos ensalza como personas es la humildad. Así es. Si quieres ser
grande, sé pequeño. En el mundo que habitamos casi nada es lo que parece y casi
todo está al revés. Es parte del juego. Sé pequeño, ayuda al que te necesita y
serás el más grande de todos… pero no tengas la pretensión de ser grande. Simplemente
sé.
Somos excelencia antes de nacer. Yo misma, una
persona normal y corriente, fui una gran idea en la mente de mi padre. Una
esperanza. Yo fui un deseo, un pensamiento inamovible años antes de nacer. Antes,
incluso, de coger forma ya se me idealizaba… No puedo ahora traicionar ese
deseo, esa esperanza, esa ilusión cayendo en el desánimo. Por eso me alegro
tanto de que haya llegado el día del despertar: he dejado de quejarme para empezar
a sentir la vida. De verdad. Y me doy permiso desde hoy mismo… permiso para
vivir plenamente, permiso para equivocarme, para acertar… para ser feliz.
Porque todo tiene un porqué y el principal sentido de la existencia es, simple
y llanamente, ser. ¡Feliz verano!
Una delicia leerte. Feliz verano
ResponderEliminarEres sabia, Rosa. Disfruta del verano. Un abrazo.
ResponderEliminarHermosa lección. Que se cumplan tus deseos. Pero...¿Todavía no tienes treinta años y has visto a aBRAHAM?
ResponderEliminarQueda recorrido...encontrarás todavía encrucijadas..Que Deu vos guard y elijas bien siempre.
Feliz de leerte.
¡¡Feliz verano, amigos!!
ResponderEliminar¡¡Un cálido abrazo!!
Con todo cariño y gratitud hacia vosotros.