Con
el tiempo te das cuenta que no vale la pena sufrir por cualquier cosa, que cada
uno tiene su propio camino en la vida y unos retos que afrontar. Y comprendes
que el sufrimiento es una pérdida de tiempo. Que cada persona se encuentra en
un nivel de conciencia determinado. Que debemos respetar el libre albedrío de
cada uno. Y que madurar es abrir la mente a esta comprensión y, llegado el
momento, debemos dejar a un lado el complejo de ‘salvadores del mundo’, así
como también aprender a dejar pasar situaciones y personas… Entonces te das
cuenta que la vida se divide en ciclos y que sólo importa el momento presente. Que
está todo relacionado. Que quien vive en el pasado pasa demasiado tiempo
preocupado por lo que ya ‘no es’. Y quien ‘vive’ preocupado por el futuro sufre
de antemano por lo que muy probablemente ‘no será’. Y ves esto, despiertas y
adviertes que lo que tanto te preocupaba ayer, hoy apenas tiene importancia,
pues madurar es, ante todo, un estado de conciencia que te conduce a aceptar la
vida tal cual es, con sus luces y sus sombras, y no como quisieras que fuera.
Con
el tiempo también te das cuenta que el ser humano necesita una ilusión para
vivir. Tener un proyecto en el horizonte, nuevas metas. Necesita aferrarse a
algo que lo motive, que dé sentido a su existencia. Porque la vida ni se pasa
ni se detiene, nunca, jamás. La vida no se encierra en un concepto, es tan sólo
una suma de experiencias y una sucesión de noches y de días, un simple acuerdo
entre las luces y las sombras... Con el tiempo, precisamente por eso, te das
cuenta que no es conveniente tener todo lo que se desea, al menos, no al
instante, y que es mucho mejor ir conquistando tus metas o deseos poco a poco,
ya que aquello que conseguimos con facilidad pierde la mitad de su interés, y casi
todo su valor, al momento de ser adquirido.
Con
el tiempo te das cuenta que conseguir las cosas con esfuerzo te lleva a
valorarlas en su justa medida, y sabes que has madurado cuando sólo te
esfuerzas por conseguir aquellas cosas que valen realmente la pena. Y entonces,
enamorado de la vida, te percatas de que lo más valioso es lo que menos
esfuerzo cuesta: un paseo, una buena lectura, una conversación amena… Descubres
el placer de las cosas sencillas, sin la necesidad de alcanzar grandes metas ni
de viajar a lugares idílicos para encontrar la paz esperada o el momento
perfecto. Aprecias que puedes ser feliz aquí y ahora. Y que realmente ya lo eres,
que siempre lo has sido, porque la felicidad es un estado de conciencia que no
necesita de estímulos externos para ser ni para estar. Y tomar conciencia de
esto es importante porque despiertas de ese sueño de mil noches en los que las
sombras sólo juegan su papel haciéndote creer que existe la oscuridad… Todo es
luz y todo es conciencia porque toda experiencia y todo suceso, negativo o
positivo, es necesario para ‘crecer’.
Y
de esta forma, con el tiempo, te das cuenta que en cualquier lugar y situación
tu vida puede dar un giro de 180º: en la cola del súper, esperando un amigo,
ayudando a un hermano… Cualquier día puede ser ese día que siempre has esperado
para hacer ciertas cosas, para emprender un nuevo camino o dar ese paso tan
meditado, pues lo que llaman ‘destino’ puede estar a la vuelta de la esquina o
al transitar cualquier senda... Sí, hoy mismo puede ser, con toda probabilidad,
ese día perfecto que desde hace tanto tiempo estabas esperando.
Y
con el paso del tiempo también te das cuenta de que no eres inmortal, que los
años pasan, y pasan por algo, que la vida es una sucesión de hechos y una
acumulación de experiencias donde no faltan los lances que dan sentido a la existencia.
Que si no pasaran los años, no adquiriríamos sabiduría. Que una vida sin
inquietudes, sin desafíos, sin metas, es una vida vacía. Que todo cobra mayor sentido
cuando el amor es tu bandera. Y que no hay mayor capital que acostarte cada
noche con el corazón henchido y la conciencia tranquila.
Acumulas
experiencias, abres puertas, cierras ciclos, pierdes esto, ganas lo otro, y
comienzas a sentir la vida y a valorar lo realmente valioso. ¡Bien! Un simple
café se convierte en una tarde maravillosa en la mejor compañía, y observas
maravillado que tu, otrora, mayor enemigo se convierte ahora en tu mejor
aliado. Que abrir la conciencia a la felicidad y al bienestar es un viaje sin
retorno, un sueño hecho realidad, el paso a una nueva vida. Empiezas a verlo
todo con los ojos de la inocencia dormida. Sientes más y sufres menos. Sabes
que todo es como debe ser y aceptas tu vida. Tu familia, tus amigos, tus
vecinos… todo comienza a ser perfecto. Lo negativo y lo positivo son dos
conceptos que dependen de tu actitud para existir. Todo esto, y mucho más,
cambia y tiene lugar al despertar la conciencia.
Con
el tiempo te das cuenta que siempre fuiste perfecto, aunque te equivocaras
continuamente. Puedes sentirte satisfecho porque tus aciertos y tus errores de
ayer conforman el ser perfecto que eres hoy. La vida es demasiado corta para
desperdiciarla discutiendo, para vivir deprimido y para recordar continuamente
el pasado con tristeza o rencor. La vida es aquí y ahora. Todo es conciencia y
energía. Y te percatas de ello (contradiciendo a un renombrado escritor y poeta
argentino), ‘afortunadamente’, con el tiempo.
Preciosa reflexión.
ResponderEliminarMuchas gracias, Isidoro.
ResponderEliminarHace tiempo que no nos vemos. Espero que te vaya bien en todos los sentidos.
Un saludo y Dios quiera que hasta pronto.