Pocos conocíamos la realidad de Haití hasta el pasado 12 de enero. Muchos que habíamos oído hablar de ese país de las Antillas con anterioridad, lo creíamos rico, una “Marbella” de gente acomodada en un idílico destino de vacaciones. Y así es, por sus hermosas playas y situación geográfica, pero se trata de recursos que sólo disfruta una minoría, la turista, ya que la verdadera realidad de la mayoría de los haitianos, antes del seísmo, se traducía en condiciones de vida bastante precarias que tristemente han desembocado en una historia mayor de desolación, miseria y desesperación.
El pueblo Haitiano ya era el más pobre de América latina antes de la tragedia y la desgracia llevaba presente durante décadas antes de que a la tierra le diera por temblar. El 80% de sus habitantes vivía en poblados chabolistas, sólo un pequeño porcentaje de niños estaban escolarizados y el índice de mortalidad infantil figuraba entre los más altos del hemisferio occidental. Además, muchas bandas se habían hecho fuertes en algunos núcleos de población donde no se atrevían a entrar ni los agentes del orden público, reinando así la delincuencia y el desorden más absoluto por esas barriadas. Al no existir gobierno que se preocupara por los permisos de armas, éstas circulaban libremente en manos de cualquiera. A lo que debemos sumar el descontrol de los ocho mil presos que hallaron la libertad al destruirse las cárceles donde cumplían condena por los delitos más variados. Y hablo en pasado porque desde el terremoto de 7 grados de intensidad en la escala Ritcher (cuyo poder destructivo es similar al de 16 bombas como la de Hiroshima), no queda relativamente nada en pie, excepto los supervivientes y algunas armas.
Estas personas, acostumbradas a vivir en extrema pobreza y soportar rígidas dictaduras que habían hecho derramar ríos de sangre en el pasado más reciente, ya llevaban tiempo pasando por otra clase de desastres, y a los naturales me refiero: huracanes, inundaciones, etc… “Caos”, “Horror”, “Destrucción”, “Incertidumbre”, tal vez sean las palabras que mejor describan esta tragedia sin precedentes, suceso que algunos han tildado como “el fin del mundo”. Y es que ni en las películas más catastróficas sobre posibles “finales” se ha podido plasmar tragedia de igual envergadura que la acontecida en Haití, donde los supervivientes de otros desastres del pasado han vuelto a sobrevivir a éste último.
Durante los primeros días nos llegaban noticias de desorganización y caos por parte de aquellos que intentaban devolver el orden tras la tragedia, pero antes de pararnos a enumerar los “fallos” cometidos por algunas organizaciones, ong’s, etc., deberíamos “solidarizarnos” con estas personas, que pasan a ser la única esperanza para los afectados. Se han escuchado críticas de mal gusto por parte de ese gran núcleo que no se implica personalmente (y puede que tal vez tampoco colabore económicamente), pero opinar sí que opina y de qué modo. Podemos imaginarnos las dificultades a las que se enfrentan a cada paso mientras criticamos sus actuaciones desde la comodidad de nuestro escritorio cuando ni siquiera sabemos organizar nuestra propia casa. Y es triste reconocerlo, pero en la sociedad que nos movemos impera una cosa: si haces, te criticarán porque hiciste; si no haces, te criticarán porque no te implicaste. En ambos casos seremos criticados, por lo que, con la conciencia tranquila, implicarse y actuar de buena fe será siempre la mejor opción.
Ahora, viendo el gran esfuerzo y la entrega de cooperantes, militares, policía, bomberos, médicos, enfermeros/as, religiosos/as, ong’s y voluntarios de toda índole, he comprendido mejor que nunca que “autoridad” es sinónimo de “servicio”, o al menos, aquí se aplica así este concepto (tal y como debe ser), y que tras grandes desastres siempre se movilizan personas y sentimientos.
Si podemos ayudar con una pequeña aportación económica, a la medida de nuestras posibilidades, ¿a qué esperamos? Todos los bancos y cajas tienen cuentas para tal efecto. Hagámoslo por solidaridad, por amor, porque una imagen vale más que mil palabras; da igual lo que nos mueva, Haití nos necesita para salir adelante, pues la humanidad entera es una, y tenemos mucho en común… más de lo que podamos imaginar.
El pueblo Haitiano ya era el más pobre de América latina antes de la tragedia y la desgracia llevaba presente durante décadas antes de que a la tierra le diera por temblar. El 80% de sus habitantes vivía en poblados chabolistas, sólo un pequeño porcentaje de niños estaban escolarizados y el índice de mortalidad infantil figuraba entre los más altos del hemisferio occidental. Además, muchas bandas se habían hecho fuertes en algunos núcleos de población donde no se atrevían a entrar ni los agentes del orden público, reinando así la delincuencia y el desorden más absoluto por esas barriadas. Al no existir gobierno que se preocupara por los permisos de armas, éstas circulaban libremente en manos de cualquiera. A lo que debemos sumar el descontrol de los ocho mil presos que hallaron la libertad al destruirse las cárceles donde cumplían condena por los delitos más variados. Y hablo en pasado porque desde el terremoto de 7 grados de intensidad en la escala Ritcher (cuyo poder destructivo es similar al de 16 bombas como la de Hiroshima), no queda relativamente nada en pie, excepto los supervivientes y algunas armas.
Estas personas, acostumbradas a vivir en extrema pobreza y soportar rígidas dictaduras que habían hecho derramar ríos de sangre en el pasado más reciente, ya llevaban tiempo pasando por otra clase de desastres, y a los naturales me refiero: huracanes, inundaciones, etc… “Caos”, “Horror”, “Destrucción”, “Incertidumbre”, tal vez sean las palabras que mejor describan esta tragedia sin precedentes, suceso que algunos han tildado como “el fin del mundo”. Y es que ni en las películas más catastróficas sobre posibles “finales” se ha podido plasmar tragedia de igual envergadura que la acontecida en Haití, donde los supervivientes de otros desastres del pasado han vuelto a sobrevivir a éste último.
Durante los primeros días nos llegaban noticias de desorganización y caos por parte de aquellos que intentaban devolver el orden tras la tragedia, pero antes de pararnos a enumerar los “fallos” cometidos por algunas organizaciones, ong’s, etc., deberíamos “solidarizarnos” con estas personas, que pasan a ser la única esperanza para los afectados. Se han escuchado críticas de mal gusto por parte de ese gran núcleo que no se implica personalmente (y puede que tal vez tampoco colabore económicamente), pero opinar sí que opina y de qué modo. Podemos imaginarnos las dificultades a las que se enfrentan a cada paso mientras criticamos sus actuaciones desde la comodidad de nuestro escritorio cuando ni siquiera sabemos organizar nuestra propia casa. Y es triste reconocerlo, pero en la sociedad que nos movemos impera una cosa: si haces, te criticarán porque hiciste; si no haces, te criticarán porque no te implicaste. En ambos casos seremos criticados, por lo que, con la conciencia tranquila, implicarse y actuar de buena fe será siempre la mejor opción.
Ahora, viendo el gran esfuerzo y la entrega de cooperantes, militares, policía, bomberos, médicos, enfermeros/as, religiosos/as, ong’s y voluntarios de toda índole, he comprendido mejor que nunca que “autoridad” es sinónimo de “servicio”, o al menos, aquí se aplica así este concepto (tal y como debe ser), y que tras grandes desastres siempre se movilizan personas y sentimientos.
Si podemos ayudar con una pequeña aportación económica, a la medida de nuestras posibilidades, ¿a qué esperamos? Todos los bancos y cajas tienen cuentas para tal efecto. Hagámoslo por solidaridad, por amor, porque una imagen vale más que mil palabras; da igual lo que nos mueva, Haití nos necesita para salir adelante, pues la humanidad entera es una, y tenemos mucho en común… más de lo que podamos imaginar.
Muy justa y necesaria tu entrada.
ResponderEliminarEs un pueblo que vive o mejor dicho sobrevive, de tragedia en tragedia.
Pobreza, huracanes y ahora un terremoto .
Tienes razón, nos necesitan y nos seguirán necesitando, cuando las cámaras se marchen a otra parte.
Y es la oportunidad de oro, que tiene el mundo, de hacer borrón y cuenta nueva, e implicarse en una profunda transformación y reconstrucción de este pueblo de gente que merece, como todos un futuro digno.
Un besote Rosa
A mí lo que me da miedo es que, a partir de ahora, me temo que los países desarrollados van a intentar sacar partido (económico, por supuesto) en la reconstrucción y demás. Y eso, disfrazado con la etiqueta de "solidaridad", pero seguro que les hacen pagar cada casa al doble de su precio para lucrarse.
ResponderEliminarEl tercer mundo se quiere conocer y claro que como todo nuestro mundo tiene zona idilicas por lo que no se quiere ver.
ResponderEliminarLos seres humanos que en tres cuartas partes de nuestro mundo viven por debajo de las necesidades básicas,cuando compartes un trocito de vida con ellos ves que somos Todos
Magnifico articulo Rosa. Riso abrazos
Sobran las palabras y queda el sentimiento del dolor, del sufrimiento, del volver de nuevo a la lucha diaria.
ResponderEliminarNos damos cuenta que el dolor y sufrimiento nos hace madurar, comprometernos, solidarizarnos, compartir, acompañarnos, rezar y pedir poniéndonos en su lugar con ayunos, carencias, privaciones, donde podamos experimentar lo que ellos sufren y padecen.
Si todo esto no nos sirve para perfeccionarnos, madurar y luchar por una humanidad más equilibrada, compartida, distribuida, igualitaria, dignificada... no nos ha servido para mucho.
Si todo sigue igual, no se ha experimentado ni compartido nada. Si sigue el hombre esclavizado, sometido y mal tratado por el hombre, DIOS no se ha hecho presente.
Si la Cruz no se ha asumido y compartido para el camino, JESÚS todavía no ha nacido en nuestro corazón.
Pido al ESPÍRITU que el hombre se deje modelar con el cincel del dolor y sufrimiento, para que pueda así encontrar la necesidad de amar sin condiciones tal cual nos ama DIOS.
Un abrazo en XTO.JESÚS.