Facundo Cabral y Pla Ventura en Ibi (Alicante) - 30 de abril de 2006 |
Mi
querido y admirado amigo Luis Pla Ventura, quien llegó a mi vida por
‘casualidad’ (como suele pasar con todas las cosas milagrosas e importantes que
nos suceden), en su maravilloso libro lo llamó magia. ‘La magia de Cabral’. Yo hoy, con su permiso, lo pasaré a llamar
ángel. ‘El ángel de Cabral’. Porque se puede llamar ‘ángel’ a todo aquello que
simbolice y arroje luz, alegría, optimismo, esperanza y sabiduría. Y a aquel
que lo sabe esparcir, por ser buena simiente, compartiéndolo (para
multiplicarlo) con el mundo y por el mundo. Porque todo lo bueno y positivo es
una dádiva de Dios y sólo es útil y tiene sentido cuando se comparte.
A
Facundo Cabral se le privó de muchas cosas, pero también se le concedió otras
muchas. Tenía talento, sensibilidad, experiencia y una hermosa voz para que su
mensaje trascendiera a través del arte. Porque para llegar al corazón de toda
la humanidad no podía ser de otra manera. Y yo, que siempre voy a la caza de
las enseñanzas y reflexiones de esos personajes, sabios y juiciosos, que
consagran su vida en pro de la excelencia, reconozco que había oído hablar de su
trabajo con anterioridad, pero apenas sabía de él. Al menos no en profundidad. Y
como quien sabe de todo un poco, en el fondo, no sabe mucho de nada, me adentré
en la aventura de investigar y seguir creciendo gracias a la oportuna aparición
de mi amigo Luis. Y como lo que vi y leí me hizo disfrutar tanto y hasta tal
punto, quisiera hoy aportar mi granito de arena en homenaje a la memoria de
este gran autodidacta. Por todo ello, doy gracias a Pla Ventura y al infinito e
inexpugnable universo por haberse confabulado para que su legado, el del
fascinante y emocionante Cabral, llegara hasta mí, incalculable y exacto, como
el valioso tesoro que es.
Facundo
Cabral era poeta y cantautor, mendigo por definición propia y un apasionado
amante de la vida. Un aprendiz incansable que terminó siendo, sin pretenderlo, el
intachable maestro de tantos desocupados y tristes durmientes. Encarnaba, y con
creces, la figura estereotípica del sabio de porte sereno, infinito
conocimiento y personalidad entusiasta que no esconde nada y posee mucho porque
todo lo comparte. Porque sabía escuchar al corazón, ‘el que sabe porque siente’,
y se dejaba de inútiles conversaciones con la mente analítica. Esa gran enemiga
nuestra que se encarga de encasillarlo todo, de criticarlo todo, de
racionalizarlo todo…
Como
Cabral había aprendido a amar, era sabio. Por ello cantaba al amor, pese a la
soledad, y derrochaba tanto aplomo, tanta ternura, tanta magia, tanto ángel… que
da la sensación de que no podía ser de este mundo. No de este mundo que no
sabe. No de este mundo cargado de venganzas y miseria gracias a la ignorancia
de la humanidad dormida. Esa humanidad que parece no ver más allá de las
apariencias, la que vaga sin rumbo porque sólo cree en aquello que la ciencia puede
explicar. Una humanidad que no reflexiona y, por lo tanto, no sabe que ‘por lo
que no se ve, sucede lo que vemos’. Que no se ha dado cuenta que lo valioso, lo
verdaderamente importante, no es lo tangible, lo físico, lo material. Y esta
misma ceguera hace que se viva en una completa oscuridad donde la muerte es la
mejor noticia, distrayéndonos así de la realidad. Haciendo que pase
desapercibida la vida que a diario se nos ofrece en derredor y que significa el
verdadero milagro cotidiano.
Confieso
que la arrolladora personalidad de Cabral me cautivó desde el primer contacto
con su trabajo. Descubrí con asombro cómo, a través de la magia de sus
canciones, enriquecedoras y humanas, posee la capacidad de hacerte despertar a
la verdadera realidad. Esa realidad que se nos ofrece repleta de colores y
bellos matices y que muchos nos empeñamos en ver en blanco y negro. La
capacidad de abrirte los ojos al mundo para comenzar a verlo como por primera
vez, con la inocencia y la humildad de un niño. Y sus calculados y pausados
gestos, su bendita naturalidad, sus emotivas palabras cargadas de sentimiento,
experiencia y significado, todo lo que te invita, aún hoy, a sentir lo que él
sintió y a amar lo que él amó. Te transportan a ese paraíso, de luz y
felicidad, que muchos ya creíamos haber perdido… Así es, amigos, cuanto rodea a
la figura de Facundo Cabral te envuelve de tal manera que se convierte en un
bálsamo reparador, en un esperanzador remedio para las heridas y sinsabores del
alma.
El
genial artista se describía a sí mismo como ‘un hombre feliz que canta’. Un
hombre feliz que amaba, que a través del amor se había liberado del miedo que
heredamos y de la culpa adquirida que nos atormenta. Lo llamaban ‘maestro’
porque, más allá de la palabra, comulgó con el ejemplo. Cabral, desde el
principio de su existencia, se enfrentó al dolor y a la calamidad. Comió de la
basura. Superó un cáncer de diagnóstico terminal. Y tras estrellarse el avión
donde perecieron su mujer y su hija, comentó a un periodista que le preguntó al
respecto: ‘amo la vida, me preocupo por vivir, no estoy buscando un culpable’.
Y respondía así porque caminaba sin miedo. Porque sabía que éste ‘es la
antítesis del amor’. El miedo es ignorancia, cobardía. Lo verdaderamente valiente
es enfrentarse a la vida, sin miedo, con el amor por bandera. Por lo tanto, no
hay secretos. Viviendo así la felicidad está asegurada… pase lo que pase.
Gracias,
cantor, por ser la luz que ilumina y el espejo que la refleja. Gracias, poeta, por
tanta magia y tanto ángel.
Estimada Rosa: buena pregunta, ¿soy ciego yo? Cómo no lo voy a ser. ¿Ser ciego si tienes curiosidad y uno es tan ingenuo aún que se empeña en ilusionarse con ver lo que uno no puede ver.
ResponderEliminarAngeles, claro que hay. Yo me encuentro cada día con esos ángeles que me ayudan y ofrecen su admiración incondicional, inmerecida, por otra parte. Claro, son, sois, ángeles.
En fin, Facundo Cabral que cantó a la amistad y a la poesía.
Rosa que escribe a la conciencia y al perdón.
Albertito que aprende de Cabral y de Rosa y de tant@s otro@ ángeles.
Besos de esa luz que trasciende lo visual y lo aparente para hacerse el milagro de la concordia y la auténtica Amistad.
Yo, como tú, Rosa, reconozco que había oído hablar del trabajo de Facundo Cabral, pero apenas sabía de él. Después de leer este magnífico artículo, sé que tengo una asignatura pendiente. Y tendré que aprobarla.
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