viernes, 2 de agosto de 2013

EL EGIPTO DE LOS FARAONES


Agosto, cénit del verano donde la siesta y el relax se convierten en nuestros mejores aliados, hace su entrada triunfal cumpliendo toda expectativa. Las playas del Pilar acogen a cientos de personas desde hace meses y toda clase de comerciantes hacen su particular agosto gracias al turismo. Es momento de sol, protagonista del verano, la más cercana y luminosa de las estrellas, ¿será por ello que su luz lo relaciona por analogía con la claridad, la verdad, la abundancia, el bienestar? Al menos yo, durante este mes, lo relacionaré con la fiesta, la tortilla con arena y los líos en familia. Y puede que, en determinados momentos, con algún momento de inactividad o excesivo estrés, claro que sí. El concepto ‘agosto’ es amplio y ya encierra en sí múltiples acepciones.

Como el oficio de escritor comienza por la imaginación y, en muchas ocasiones, la utilizamos para evadirnos, para mí este maravilloso mes de calor, arena y mar, me evoca al Egipto de los faraones. Sí, a ese enigmático lugar, todavía por descubrir, cargado de magia y de misterio. Una época de grandes artistas y artesanos. Esa civilización que, pese al paso de los siglos, pese al actual progreso y avance científico, todavía nos sigue cautivando en muchos aspectos. Una cultura de tecnología y mano de obra ‘supuestamente primaria’ que se contradice totalmente con sus grandiosos monumentos, los que muestran avanzados conocimientos en ingeniería y un dominio magistral de la óptica, la mecánica y la geometría. Por lo que, quién sabe, si bajo la arena, o desde la cima de las estrellas, el enigma que envuelve esta civilización del mundo antiguo espere a que nuevas mentes brillantes descubran sus velados secretos. La forma en la que entendían la astrología y su relación con ella a la hora de erigir las pirámides. La inteligencia con la que contaban y que, según muchos egiptólogos de hoy, muy probablemente, fuera de origen extraterrestre…

Desde principios del Siglo XX el interés cultural por el concepto de muerte de los egipcios y su complejo ritual de embalsamamiento, entre otras cosas, trajo consigo la fiebre de búsqueda de nuevos yacimientos arqueológicos convirtiendo a Egipto en destino turístico de las altas clases sociales por excelencia. El hombre de nuestros días, en su afán aventurero y espíritu conquistador, desatendió los deseos de eternidad de sus inermes moradores profanando tumbas, despojándolas de sus momias, sin darle relevancia alguna al sentido final de toda esa ceremonia. La momificación, un ritual insólito y elaborado cuya duración normal era de unos 70 días, aunque en algunos casos podía prolongarse más tiempo, y en el que los egipcios invertían toda su fortuna, talento y habilidad, no tenía otra finalidad que la del descanso eterno.

La mayor obsesión de los antiguos egipcios se centraba en el tema de las creencias, ya que la civilización egipcia se caracterizaba por un sinnúmero de complejas creencias religiosas y supersticiones. Y por el empeño por preservar la vida, a la que valoraban en gran medida pese a las extremas condiciones climáticas en las que vivían y la calidad de vida de entonces… Ambas cosas intrínsecamente relacionadas. Y todo ello porque creían ciegamente que el espíritu necesitaba del cuerpo tras la muerte para visitar el mundo terrenal; aunque, con toda seguridad, jamás hubieran imaginado que, más allá de los saqueadores de tumbas, la mayor amenaza a la que se enfrentarían con el paso del tiempo era la del hombre del futuro. Y que se llegara a exhibir sus cuerpos desde vitrinas de cristal ya se trata de un hecho inconcebible para la mentalidad de entonces… y, si nos paramos a pensar, también para la de hoy.

Mi buen amigo y periodista Emilio Tomás me ha preguntado en diferentes ocasiones por qué siempre me he decantado por escribir novela histórica. Está claro que se trata de un asunto de interés, de pasión por la historia, y también influye tener cierto espíritu de observación. Me llaman poderosamente la atención los paralelismos que tienen lugar entre diferentes épocas.

Si analizamos la evolución del hombre entre una época y otra, podemos llegar a la conclusión de que hemos evolucionado en muchos aspectos materiales, pero deberíamos preguntarnos si esta evolución, si tanto progreso, nos ha hecho mejores. Tal vez, sin darnos cuenta, nos hayamos sumergido en la ‘era de las máquinas’. Una era donde la comunicación se lleva a cabo a través de excelentes tecnicismos modernos que casi reemplazan el contacto humano… Ahí queda mi humilde reflexión.

Amigos, que disfrutéis de ese sol al que los egipcios divinizaron bajo la advocación de Ra y hoy continúa siendo adorado por turistas y amantes de la playa aunque sea bajo la premisa de la estética y la moda. Que el misterio y la magia que despiertan aún el Egipto faraónico nos lleve a valorar, más allá de los monumentos de piedra, el saber. Sí, la capacidad eterna del ser humano por no cejar ante la curiosidad del conocimiento y la luz del espíritu en pro de una humanidad más humanizada. ¡Feliz verano!