jueves, 20 de marzo de 2014

La intermitente levedad del ser


La vida, esa gran maestra que todos tenemos en común, nos enseña que la pobreza genera humildad y la sabiduría es amiga íntima de la naturalidad y la sencillez. Siempre ha sido así. Sabios de todos los tiempos dejaron sus reflexiones, proverbios y apotegmas, concebidos en el crisol de una imperante necesidad espiritual y evolutiva, en pro de la sabiduría y la excelencia humana. Logros y cualidades que sólo se alcanzan a través de la experiencia, la meditación y el conocimiento.

Sin embargo, querer abarcar todo el océano de sabiduría en una mente humana, es una tarea tan utópica como imposible. Tener una profunda experiencia con lo humano o lo divino no significa abarcar su contenido. No obstante, a lo largo de los tiempos, han sido muchos los que han tratado de monopolizar la verdad a través de una doctrina o filosofía, tratándose también de una tarea inane que ha dado comienzo a muchas guerras y conflictos, sobre todo, por falta de inclusividad y estrechez mental. No se puede limitar lo ilimitado.

Tales de Mileto, uno de los Siete Sabios de Grecia, nos dejó una sentencia de lo más sencilla pero certera: “Aprende y enseña sólo lo mejor”. Y así es, ya que la vida misma es la gran encargada de dispensarnos ocasiones de toda índole de las que poder aprender, brindándonos aquellas experiencias y lecciones que van dando forma a nuestro carácter. Y lo hace mientras va mostrando sus caras, unas más amables que otras, pero facetas todas de la experiencia, fantástica e impredecible, que es vivir.

La vida nos demuestra que la acción más valiosa es la que nace del desinterés. Y nos revela cosas elementales como la importancia de respetar la libertad propia y la ajena. Siempre ha sido así. La vida es aprendizaje… un aprendizaje constante a través de la cual, tarde o temprano, nos sobrevienen pruebas, obstáculos y vicisitudes a superar, pero también acerca a las personas adecuadas cuando necesitamos apoyo, y ocasiones de solaz y regocijo para compensar los malos ratos. Todo es experiencia y, por consiguiente, crecimiento. Ése es el asunto.

Cuando hablamos de vida, de sabiduría o vivencias, hablamos de muchas cosas que a algunos/as nos evocan recuerdos y nos acercan personas. Próximamente volveré a disfrutar de la compañía de mi inmejorable amigo Alberto Gil y, al hilo de lo que os hablaba, tendré una nueva ocasión y oportunidad de comprobar que el coraje de vivir significa superarse, no rendirse, no tirar nunca ‘la toalla’. Alberto Gil es un escritor ciego cuya historia ya conté, aunque muy por encima, en el pasado, cuando vino desde Madrid a presentar su libro de relatos a Pilar de la Horadada. El próximo mes de abril vuelve a la carga, viene de nuevo, desandando sendas y salvando toda clase de obstáculos y barreras, a regalarnos su arte y la riqueza de su presencia y experiencias.

Como decía, mi amigo es mucho más que un amigo, es un ejemplo a seguir, un estímulo por los valores que prodiga, encarna y representa. Su filosofía de vida es un canto a la superación y a la esperanza. Una de sus muchas frases célebres, por citar una, es: “Por los pequeños detalles se conoce a las grandes personas”. Y así es. Porque es su sencillez la que te engancha, lo que te conecta a él; como su humildad, cercanía y bondad que además de impregnarte y envolverte en ese mismo halo de optimismo y alegría que le caracteriza, te hace despertar, ser consciente que, entre dificultades y alegrías, debes luchar porque estás vivo/a… Y gracias a personas así, sigues caminando por este camino de vida… y te das cuenta que vale la pena. Y también te percatas de que no todo el que sabe, puede; y no todo el que puede, sabe… que tenemos la imperiosa necesidad de hacer de este mundo, desde ‘nuestro mundo’ particular que somos cada uno, un lugar más cálido y acogedor, como bien suele decir Alberto; aprendes que se debe huir de las adulaciones porque casi siempre esconden alguna clase de interés y son la mejor herramienta de manipulación que existe… y, en resumen, te vuelves más consciente de que vivimos en un lugar maravilloso en el que es una necesidad ser bondadosos/as, pero sin llegar a la servidumbre, puesto que muchos tratan siempre de aprovecharse de la buena fe de otras personas.

Me gustaría cerrar este artículo con una excelente frase del genial Charles Chaplin, la que creo que concentra en sí toda una filosofía de vida a seguir: “Cuando empecé realmente a quererme, me liberé de todo lo que no era sano para mí. Alejé de mí comidas, personas, objetos, situaciones y sobre todo, aquello que siempre me hundía. Al principio lo llamé egoísmo sano, pero hoy sé que eso es amor propio”. Este bien podría ser el principio fundamental para llevar una vida plena y consciente, pues el sentido y destino final de nuestra limitada existencia no es otro que llegar, en la medida de lo posible, a la perfección. Feliz primavera.