lunes, 3 de mayo de 2010

¿QUIÉN EDUCA A NUESTROS HIJOS?


Ser padres se convierte en una asignatura difícil en algunos casos, y, para muchas parejas, en un auténtico reto a afrontar. Porque con ese pan que cada bebé trae bajo el brazo también viajan las dificultades propias de la infancia, que, bien mirado, sólo se trata de un aperitivo hasta que se abra paso la arrolladora adolescencia. Y no es que cada criatura que viene al mundo tenga todas las de ser un terrorista en potencia si no acaba matriculado/a en los mejores colegios o si sus progenitores no consiguen un master en psicología, ni mucho menos; sólo se trata de reconocer que necesitamos más información y reflexión para saber afrontar los cambios por los que pasarán nuestros hijos, más implicación a la hora de educarlos y depositar menos confianza en métodos erróneos y creencias sin fundamento a las que damos credibilidad sólo porque parecen funcionarle a otros.
En primer lugar, creo que todos los padres deberíamos preguntarnos quién está educando a nuestros hijos y cómo, así como si están siguiendo una conducta adecuada y qué valores están recibiendo. Porque a veces delegamos esa responsabilidad en otras personas, la mayoría de los casos por necesidad, y luego nos mostramos disconformes con la educación que han recibido.
Si, en el peor de los casos, dejamos que los eduque la sociedad, dejándolos ver programas inadecuados, películas o series violentas, videojuegos agresivos o dibujos antieducativos, tendríamos que proponernos seriamente el cambiar estos hábitos lo antes posible. Porque si no nos implicamos lo suficiente a la larga podría convertirse en un problema mayúsculo de agresividad y falta de comunicación. Ser padres es una constante y la educación de nuestros hijos debería convertirse en algo prioritario para nosotros.
Nadie nos advierte que esta maravillosa experiencia de ser papás es complicada, sobre todo cuando hay que compaginar la formación de los hijos con otras muchas ocupaciones de nuestra vida cotidiana, pero es así. Y a veces añadimos inconvenientes al cometer errores frecuentes que desestabilizan la armonía familiar: pasar menos horas con ellos de las aconsejables, excesivas actividades extraescolares, dejarlos solos ante un televisor horas y horas, o entretenerlos con juegos desaconsejados para sus edades, lleva al estrés, al agotamiento y a otras situaciones difíciles de controlar.
Muchos padres viven preocupados por el carácter de sus hijos, a quienes incluso pueden llegar a humillar al compararlos con algún miembro de la familia o cualquier otro ejemplo cercano. Esto es un error: ante todo debemos reconocer que ellos no somos nosotros y la identidad individual es algo que hay que respetar desde el primer momento. Cada ser humano es único y nace con una personalidad y con unas aptitudes específicas que, desde pequeños, los padres debemos ir puliendo mediante una buena educación. No podemos esperar que se comporten o reaccionen como si de nosotros se tratara, ni caer en el inútil error de las comparaciones. Porque las comparaciones son causantes de celos y frustraciones, y sólo tienen el efecto de disminuir las capacidades naturales del ser. Y la crítica destructiva es un arma de doble filo que puede volverse contra nosotros. Recordemos que nuestra conducta es el modelo a seguir por nuestros hijos desde el principio de sus vidas y la educación es todo en una persona.
Desgraciadamente hoy día saltan a los medios de comunicación casos de padres que desacreditan a los profesores e incluso les llegan a agredir. Este hecho, además de ser una gran falta de respeto hacia la figura del profesor, es un desastroso ejemplo para los hijos, e indica un grado de inmadurez e insensatez bastante alto para un progenitor. Los educadores en las escuelas son nuestros aliados y se esfuerzan constantemente por sacar lo mejor de cada alumno.
También existen conceptos erróneos que crean confusión entre ambas partes. Uno sería creer que somos amigos de nuestros hijos. No podemos ser sus amigos porque somos sus padres, pero sí podemos ser esos padres con los que se puede conversar tranquilamente, sin críticas ni reprensiones. Los niños, desde la más tierna infancia, necesitan tanto límites, disciplina y firmeza por nuestra parte, como afecto, elogios y recompensas. Sin olvidarnos que la base fundamental de toda relación es el amor y el respeto. Si desde el principio los niños no lo han visto en el hogar no se lo podremos exigir.
Por lo tanto, crear buen ambiente, siempre desde el respeto, podría ser la fórmula mágica a la hora de conversar o lograr acuerdos. Nada, absolutamente nada, es difícil cuando se actúa con paciencia y se utilizan buenos métodos. Porque disciplina no es sinónimo de castigo, y lo que nos ofrece mejores resultados es ser constantes y afectuosos con esos seres maravillosos que un buen día empezamos a llamar “hijos”.

2 comentarios:

  1. Hola Rosa, estupenda reflexión con la que estoy totalmente de acuerdo. Has detallado una serie de puntos a tener en cuenta y, sobre todo, esa es mi experiencia a vivirlos.

    Y cuando dijo mi experiencia, no significa que mis hijos sean lo que yo hubiese deseado que fuesen, sino, precisamente por eso, si hubiese prestado mucha más atención en todas esas cosas que reflexiona Rosa, creo que hubiese sido mejor. Al menos, por mi parte, estaría hecho todo lo que debía hacer.

    Sin embargo, me gustaría complementar una cosa. Lo importante es ser buena persona, y si se es o se intenta, los hijos captan eso y trataran de imitar a sus padres porque de buen gusto es hacer la bueno, lo verdadero, el bien...

    En eso, por la Gracia de DIOS, creo que no he fallado, por lo menos lo he intentado y lo sigo intentando. Y he oído comentarios de mis hijos que me llenan de satisfacción y orgullo hasta el punto de emocionarme cómo me pasa ahora mismo al escribirlo.

    Ser buena persona es ir siempre con la verdad por delante. En lo favorable y en lo no favorable. Es no mentir, no desear lo que no es tuyo, alegrarse por el bien del otro, amar la justicia, la paz, el respeto, la libertad...etc. ¿Hay mejor educación y mejor forma de darla que viviéndola personalmente y dándola?

    Un fuerte abrazo querida amiga y gracias por tu buen hacer.

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  2. Sí, Salvador, una vez que hemos puesto lo mejor de nosotros en la educación de nuestros hijos, se llega a un punto que sólo cabe observar, comprobar si han captado de todo lo que les hemos intentado trasmitir, tanto en palabras como con nuestro ejemplo, y sentirnos satisfechos porque no se puede hacer más.
    La satisfacción de sentir que hemos hecho todo lo posible por darles una buena educación en consonancia con nuestros principios e ideales, no tiene precio.
    Un saludo y gracias por tu comentario.

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